domingo, 23 de enero de 2011

Sota de picas

Durante el día que parece noche y a la sombra de las nubes inexistentes de un cielo despejado se vislumbra en dirección opuesta a la mía, la figura de aquel que no es capaz de atemorizar a nadie por su presencia ni ofender a nadie por su encanto, a simple vista un sujeto como cualquier otro, pero al mirarlo detenidamente es fácil darse cuenta que no es así, carga en su espalda el peso de una espada invisible al ojo humano, con la capacidad de destruir corazones sin quitar la vida, un obsequio singular que nunca a sabido utilizar y que lo domina con frecuencia.

Su mirada triste y autocompasiva revela su realidad de mendigo vagabundo que deambula por el mundo succionado la esencia de las personas por entre sus labios, simulando que es un beso, simulando que puede amar, mil y uno han caído a sus pies, mil y uno volvería a caer si pensárselo dos veces, no obstante su única compañía continua siendo la soledad.

Su destino esta escrito, siempre sufrir, siempre llorar, a pesar de tenerlo todo y a todos, pero nada es suyo porque no merece nada, porque aquella alma que se compadece de sus situación termina irremediablemente destruida y no todos pueden escaparse antes de que la herida resulte mortal, antes de que quede de su esencia solo un cuerpo vacío incapaz de volver a amar. Sin belleza física pero con un matiz atrayente que es difícil no notar, capaz de desvanecer por un instante todos sus defectos, todas sus manipulaciones, todas sus mentiras, su inmadurez y su indecencia. Lamentablemente es todo lo que necesita para que le vendan su alma para crear ladrones, asesinos y traidores, para despertar el mal en la persona mas inmaculada que se pudiera imaginar y quizás lo mas terrible es que no es capaz de entender como es posible que cuanto toca se destruye, que le resulta del todo imposible detenerlo o controlarlo.

Un mero sirviente, la figura de un hombre junto a la peculiar figura de una letra se vislumbra en la baraja como una carta mas, pero esta vez de carne y hueso cargando la Jota y la Espada, o mejor dicho atrapado por ambas.

Al tenerlo frente a frente me es inevitable detenerme, obligado por mi presencia alza la mirada, sabe que me ha visto alguna vez, pero antes de permitirle elegir entre saludarme o marchar la palabras escapan de mi boca -¿que pretendes?- es todo lo que soy capaz de pronunciar pero solo obtengo por respuesta la mirada de aquello que no sabe contestar, puesto que las palabras que salen de su boca no son para mi, sino para convencerse a si mismo de que su vida tiene algún sentido.

Me vislumbro frente a el con mi mirada incomprensiva al compás de sus palabras sin sentido flagelando los silencios, me pregunto con sincera duda si debo compadecerle por la angustia de su vida o destruirle por el dolor que causa su existencia.

Ladrón de almas que se destruye a si mismo con cada alma que devora pero no es capaz de dejar de devorar.